“En oro no se pierde”, fue la sentencia de Luis Reguerín, un viejo comerciante del metal precioso que viaja por los centros auríferos para “rescatar” el mineral de dos formas: La primera es a través del oro que lleva en su vetusta camioneta y los intercambia por arroz, azúcar, sardina, fideos o detergentes.
Si el minero no requiere nada ofrece su segunda alternativa, comprar oro, si tiene, y el pago es al contado, para eso cuenta con su balanza que puede pesar desde ‘un palito’, que es la décima parte de un gramo, hasta 100 gramos.
El precio del oro es volátil, dice convencido el comerciante. Hoy ese mineral se cotiza en los centros mineros a Bs 220 el gramo, pero Reguerín puede lograr precios de Bs 200 y aumentar con productos que siempre tiene a la mano. Los hijos de los mineros o las esposas son los clientes a los que convence con lo que lleva.
Así recorre los centros mineros de Conzata, Mapiri o los nuevos de El Progreso o la mina Ananea para rescatar el mineral y revenderlo en La Paz. El negocio aumenta y aumenta la codicia de las personas.
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